Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1995. Vol. (62).
Angeles de Miguel y Mercedes Valcarce
Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense. Profesora Titular de Psicología Evolutiva de la Universidad Complutense.
La adopción "es un proceso complejo y lleno de riesgos y dificultades", como dice Llopis Sala en el n° 61 de Papeles del Psicólogo pero, por lo menos, en la adopción podríamos intentar la utopía de dar a los niños aquellas figuras paternas que les conduzcan a una mayor armonía psíquica y a un mejor desarrollo evolutivo, buscando siempre antes los derechos de los niños que los supuestos derechos de los adoptantes. (No nos parece que haya un derecho a adoptar por parte de los adultos pero sí un derecho de todo niño a tener padres adecuados, sean biológicos o no).
Si intentamos tratar de analizar los pros y los contras de la adopción de niños por parte de homosexuales, ante todo desearíamos dejar claro nuestro respeto por quienes se declaran tales y también que el término "homosexual" es un poco ambiguo y engloba personalidades muy diferentes.
Aquí vamos a fijarnos en un sólo aspecto, entre otros muchos que se podrían desarrollar en este campo, y es el relativo a las posibilidades de adquirir una identificación lo más firme posible con el propio sexo biológico.
A los niños adoptados que ya han tenido la primera dificultad de no haber podido convivir con los padres biológicos, creemos que no se les debería añadir además otra situación complicada.
Nos parece que una de las metas del desarrollo evolutivo sano, es decir, que conduzca a relaciones positivas con los demás, a una vida significativa y armónica, capaz de goce en el amor y en el trabajo, es la posibilidad de aproximarse a un sentimiento de identidad lo más firme posible, sentimiento que, simplificando algo, podríamos decir que se basa principalmente en la identificación con el propio sexo biológico, lo que supone el reconocimiento y el amor al otro sexo que no se tiene.
Tal sentimiento de identidad es el que marcará la entrada en la edad adulta, el final de la adolescencia; y se alcanzará, de modo más o menos sólido, según se hayan ido resolviendo las enormes vicisitudes por las que van pasando los procesos de identificación durante la infancia y la adolescencia y ya desde el momento del nacimiento.
Pero sostenemos que un hecho esencial es que tanto lo masculino como lo femenino, representados por figuras con una identidad lo más sólida posible, estén presentes desde los primeros momentos de la vida.
Por otra parte, quienes se sienten predominantemente mujeres, lo son en relación con la existencia de hombres. Y quienes se sienten predominantemente hombres, basan también esa vivencia en el hecho de que existen las mujeres. Por lo que, desde los primeros momentos de la vida, son también necesarias ciertas identificaciones con el otro sexo. Aunque esta cierta bisexualidad -subrayamos- no se refiere en absoluto a la vivencia omnipotente de poseer los dos sexos, sino al contrario a ir adquiriendo y aceptando un cierto sentimiento de estar incompletos y de necesitar del otro sexo.
Sentirse hombre o mujer surge de una condición biológica, pero puede desarrollarse normalmente, perturbarse o detenerse de acuerdo con los estímulos familiares y sociales que, desde el nacimiento, tenga el niño en su entorno.
El padre debería ofrecer una identificación masculina y la madre una identificación femenina. Los dos necesitan estar diferenciados y la presencia conjunta de ambos es definitiva para el logro de una identidad sexual. (Naturalmente, no es imprescindible que estas figuras sean los padres biológicos).
Si los efectos nocivos de la falta de figura femenina estable son ya más conocidos al haber sido estudiados desde hace más tiempo, con posterioridad ha sido igualmente investigada la importancia de la figura masculina desde momentos muy tempranos. Numerosos estudios confirman que tanto una figura materna como una figura paterna ausentes o con identificaciones lábiles, provocan en los niños de ambos sexos un serio déficit en su identidad sexual.
Desde muy pequeños, los niños perciben la realidad interna del padre, de la madre y de los sentimiento de ambos hacia él. Todo niño al que le falte esa primera pareja como primera fuente de identificación, correrá el riesgo de tener grandes dificultades para asumirse como hombre o como mujer y, por lo tanto, para relacionarse positivamente con los demás seres humanos, ya que una identificación sólida está en la base de poder relacionarse armónicamente con los demás, para tener la capacidad de "ponerse en el lugar" del otro.
Un momento importante del desarrollo evolutivo es el de la adquisición de la capacidad para aceptar al tercero (triangulación), en el binomio madre-hijo. El padre (lo masculino), aparece como el tercero imprescindible para que el niño elabore la necesaria pérdida de la relación inicial con la madre (lo femenino).
La unión de un hombre con una mujer, identificados lo más posible con su sexo biológico, ofrece al hijo la vivencia (aunque no sea verbalizable), de una pareja en la que se completan el uno al otro, como fuente de identificación sexual y como primera imagen social de comunidad que tiene el individuo, en la que unos nos completamos a otros.
El papel de la pareja, en la que cada miembro completa al otro, es esencial a lo largo de todo el desarrollo infantil, llegando quizá a su punto culminante en la adolescencia. En esta etapa, se pasa continuamente de grandes avances a grandes retrocesos en el sentimiento de identidad debidos, sobre todo, a la gran cantidad de cambios que experimenta el cuerpo del propio chico/a y que también va viendo producirse en los cuerpos de sus compañeros. Al entrar en la adolescencia, la maduración genital obliga al niño a definir su papel en la procreación. En las niñas, sobre todo, con la aparición de la menstruación; y, en los varones, con el surgimiento del semen. Es un momento culminante en cuanto a la aceptación del abandono de los sentimientos de omnipotencia (vivencia infantil inconsciente de "tengo los dos sexos; no necesito del otro sexo"), porque cada paso en la adquisición de la propia identidad y de lo que cada uno es, obliga siempre a elaborar el duelo, aceptar la pérdida, por lo que uno no es.
Si pudiéramos poner en palabras adultas los complejos procesos por los cuáles el adolescente va aceptando lo que llamamos adultez, la expresión sería algo así como "ya no soy un niño. . . he perdido mi cuerpo de niño. tengo que ir aceptando que soy un adulto (incompleto), ya que mi cuerpo es el de un adulto (incompleto)".
Creemos que una de las condiciones básicas para ir pudiendo elaborar tales pérdidas es la posibilidada de identificación con una pareja, en la que en uno de sus miembro predominen las buenas identificaciones masculinas y, en el otro, las buenas identificaciones femeninas. Porque llegar a aceptar y a asumir lo que falta , renunciando a la fantasía inconsciente, omnipotente, de no necesitar del otro sexo, es lo que, fundamentalmente, conducirá al adolescente a una identidad adulta, que incluye la búsqueda de un pareja que le complete y las relaciones armónicas y generosas con los demás, en las que se aceptan las diferencias, se captan los deseos, necesidades y sentimientos del otro (se puede uno "poner en su lugar"), más allá de tales diferencias.
REFERENCIAS
Aberastury, A. (1978). La Paternidad. Buenos Aires: Kargieman.
Grinberg, L. y R. (1980). Identidad y Cambio. Barcelona: Paidós.
Valcarce, M. (1988). La identidad en la adolescencia: aspectos normales y patológicos. (En Identidad, Norma y Diversidad). Universidad del País Vasco.