Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.
Antígona, antes de traicionar los vínculos del parentesco, prefirió morir en la tumba de Los Labdácidas, de quienes descendía. Se enterró en vida por negarse a cumplir una orden de su rey Creonte, que prohibía dar sepultura a su hermano Polinices, por haber éste incitado a los extranjeros contra su patria Tebas. Ella, en un gesto que colocaba los lazos de sangre por encima de las órdenes políticas, escogió el ostracismo del encierro en vida, antes de negarse a obedecer otras órdenes que iban en contra de un deber sagrado: dar sepultura a los muertos, especialmente si eran parientes. Se ahorcó en el mausoleo familiar.
Ana Freud dejó de existir a los 86 años de edad, en su casa de Londres, en el barrio de Hampstead, en el 20 Maresfield Gardens, la casa donde murió su padre, que es como un sudario de reliquias de quien fue el fundador del Psicoanálisis. Murió el nueve de octubre pasado, dejando atrás una vida dedicada al mundo infantil, al estudio modesto y al trabajo en el silencio que tanto sorprende si se lo compara con la turbulenta trayectoria de su padre. Ana Freud ha seguido el mito hasta el final. Ha cumplido con los hilos que el destino había tejido para ella. Su vida ha estado marcada por la fidelidad a unos patrones consanguíneos que nunca violentó. Ha sido el transcurrir de una existencia consagrada en cuerpo y alma a un objetivo: mantener -íntimamente, emocionalmente, silenciosamente- la librea de su padre.
Antígona, antes de traicionar los vínculos del parentesco, prefirió morir en la tumba de Los Labdácidas, de quienes descendía. Se enterró en vida por negarse a cumplir una orden de su rey Creonte, que prohibía dar sepultura a su hermano Polinices, por haber éste incitado a los extranjeros contra su patria Tebas. Ella, en un gesto que colocaba los lazos de sangre por encima de las órdenes políticas, escogió el ostracismo del encierro en vida, antes de negarse a obedecer otras órdenes que iban en contra de un deber sagrado: dar sepultura a los muertos, especialmente si eran parientes. Se ahorcó en el mausoleo familiar.
Ana Freud dejó de existir a los 86 años de edad, en su casa de Londres, en el barrio de Hampstead, en el 20 Maresfield Gardens, la casa donde murió su padre, que es como un sudario de reliquias de quien fue el fundador del Psicoanálisis. Murió el nueve de octubre pasado, dejando atrás una vida dedicada al mundo infantil, al estudio modesto y al trabajo en el silencio que tanto sorprende si se lo compara con la turbulenta trayectoria de su padre. Ana Freud ha seguido el mito hasta el final. Ha cumplido con los hilos que el destino había tejido para ella. Su vida ha estado marcada por la fidelidad a unos patrones consanguíneos que nunca violentó. Ha sido el transcurrir de una existencia consagrada en cuerpo y alma a un objetivo: mantener -íntimamente, emocionalmente, silenciosamente- la librea de su padre.