Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.
Papeles del Psicólogo, 1986. Vol. (24).
ALBERTO FERNÁNDEZ LIRIA y MARÍA LUISA GONZÁLEZ LÓPEZ.
Psiquiatra y Psicólogo respectivamente del Centro Municipal de Toxicomanías de Leganés.
El problema de la droga tal y como se expresa en la preocupación de los ciudadanos, es también y sobre todo un problema político que concierne a aspectos de lo que se conoce corno orden público, seguridad ciudadana y relaciones internacionales.
Sin duda, hay un problema sanitario asociado a las drogodependencias -a la de alcohol, a la de barbitúricos, a la de analgésicos, a la de psicofármacos y a las de otras drogas...- y asimismo hay un problema sanitario -de baja prevalencia pero de mucha gravedad- asociado a las condiciones de consumo de ciertas drogas entre las cuales la heroína ocupa un lugar paradigmático (así, la hepatitis, las sepsis diversas, las tromboflebitis, las sífilis, etc.).
En cualquier caso, cuando en los distintos niveles de la Administración y los responsables de las diversas áreas de cada nivel empezaron a pugnar por apuntarse el tanto de haber dado un paso para atajar la grave cuestión, el estímulo no era, en modo alguno, la detección de un problema sanitario por los cauces previstos para este menester.
La atención a las toxicomanías nace pues, ectópicamente y bajo un signo siniestro. Si bien es cierto que los centros monográficos de atención a toxicómanos -donde toxicómano y heroinómano son sinónimos- no constituyen la alternativa más siniestra. La respuesta (sanitaria) al problema (político) de la droga se articula sobre una doble tara: la de estar al margen del aparato sanitario general y vinculada -por quien sabe qué oscura fantasía de sus promotores- a los destinos y a los profesionales -y a las miserias profesionales- de la salud mental. Gestionados por psicólogos y psiquiatras, los dispositivos de atención a las toxicomanías amenazan con duplicar la fragmentación caleidoscópica de los de salud mental.
En Madrid -por hablar de lo que conocemos (se conoce la que se sufre)- operan cinco redes paralelas de atención a los problemas de salud mental: la del INSALUD, la de la AISN, la de la antigua diputación y actual Comunidad de Madrid, (a su vez dividida en Hospital Psiquiátrico de Madrid, Hospital Provincial y Servicio Regional de Salud) la de los ayuntamientos y la de la Cruz Roja.
Tal tipo de atención a la toxicodependencia ha tenido, sin embargo, una virtud -la misma que tuvieron en su momento los centros de planificación familiar- la de sentar un principio: el que la condición de toxicómano -sea o no una condición dibujada sobre parámetros sanitarios- no puede ser motivo de exclusión de las prestaciones ofrecidas a los ciudadanos por los dispositivos de atención a la salud.
Un problema particularmente complejo y a la vez paradigmático es el de la llamada "rehabilitación y reinserción social" del toxicómano. El tema limita al norte con el propio concepto de rehabilitación y reinserción social, concepto bivalvo del que tan necesitado aparece el toxicómano como impotente, quien trata de acometerlo en el título de su práctica. Sobre todo, si el tema lleva el apellido del "toxicómano". Porque ¿Cómo un aparato de toxicómanos -un aparato estigmatizador del usuario- puede precisamente rehabilitar y reinsertar socialmente? y ¿qué es rehabilitar y sobre todo reinsertar socialmente a un sujeto cuyo problema es, con frecuencia, precisamente el de articular un procedimiento de desinserción de lo que aborrece que no incluya en su recorrido el consumo de las sustancias de que se trata de apartarlo?.
Delimitado de este modo, el problema se convierte -como todo lo que a la atención a las drogodependencias concierne- en cómo estructurar la transición entre la actividad de unos dispositivos a los que la oportunidad y el oportunismo político han superdotado de recursos y cuyo lastre principal es, precisamente, el de tal sobredotación, y el inicio de una actividad en la que la iniciativa emprendida desde el aparato sanitario señala una demanda de otro orden, la estructura como tal, y organiza las redes sociales y los entramados civiles necesarios para atenderla como algo ajeno al aparato sanitario. El tema de cómo la actividad de los especialistas en la atención a problemas concretos de salud dejan suplantar las funciones de otros dispositivos sociocomunitarios pero por la vía, no de argumentar su falta de responsabilidad, sino de construir una red de atención alternativa y redefinir taxativamente la propia relación con ella.
Desde nuestra experiencia en un centro monográfico, miembros del equipo dedica parte de su tiempo en tareas relacionadas con este epígrafe. Monitores y material posibilitan la incorporación a actividades que comprenden desde la música a la expresión corporal, desde la pintura a la cerámica, desde la fotografía a la relajación, desde el acceso a la cultura hasta una nueva confraternización alrededor de un objeto diferente de la heroína. La experiencia ha sido, creemos, útil y gratificante en la medida que ha demostrado la posibilidad de incorporar a esta población a actividades semejantes y ha servido para poner de relieve cuáles son las técnicas que pueden facilitar dicha incorporación. Se trata ahora de transferir tal parte del equipo y tiempo, tales posibilidades y tal bagaje teórico a los dispositivos socioculturales generales de la población y responsabilizarlos de la atención a los grupos, cuya falta de entronque con actividades o valores de este orden pudiera ser un elemento de su definición como de grupo de riesgo sociosanitario, entre los que los ex-drogadictos se contarían.
Hasta la fecha, la incorporación a este tipo de actividades -en un dispositivo específico- y creemos que, por tanto, altamente estigmatizador -ha sido importante. Lo que en todo caso dudamos, es que haya sido precisamente un instrumento de rehabilitación y reinserción social. El objetivo real de cualquier persona que realice el correspondiente esfuerzo por responder a la demanda del toxicómano, no como un espejo, sino de acuerdo como una estrategia y unos principios, es el de contribuir al trabajo de SISIFO de llenar el tiempo del drogodependiente para evitar que cualquier vacío del mismo se llene de nuevo con el consumo de la droga. La coartada de los centros en marcha es que enseña al toxicómano a llenar su tiempo. Su operatividad radica en que ejerce una función puramente custodia¡ y de vigilancia y tal vez por eso, los profesionales de la psiquiatría acaban asomando las orejas por allí por donde se adivina que consideraciones políticas o epidemiológicas aconsejan la inversión en la lucha contra la droga.
Sin embargo y contra lo que parece tan evidente, el problema del toxicómano no tiene, ni de lejos, nada que ver con su incapacidad de llenar su tiempo y que las manualidades son una mala alternativa a la heroína. Sí parece probado que la desagregación social es un factor de riesgo de tóxico-dependencia; lo que los esforzados profesionales realizamos en este punto -si somos capaces de comprenderlo y somos capaces de reorientar la actividad que se nos demanda- es generar recursos y redes utilizables para potenciar formas de agregación. Lo que hacemos es prevención primaria. Hacemos algo por facilitar la reinserción social -caso de que tal cosa pueda hacerse- precisamente, cuando superando la inercia imprimida a nuestra actividad por la definición monográfica de los centros para los que trabajamos, ponemos nuestro granito de arena para modificar una actitud social basada en un mito: el de que los toxicómanos constituyen un grupo aparte del resto de la población general.